La vida puede ser como trazar indicaciones en un mapa.
Desde el momento a principios de los 20 años, cuando nos damos cuenta de quiénes somos, hasta el momento en que respiramos por última vez. En cualquier punto dado a lo largo de nuestros caminos, podemos elegir estar conscientes de nuestro entorno y ajustar nuestro rumbo en consecuencia. O simplemente podemos seguir en la misma dirección que establecimos al comienzo de nuestro viaje.
Sin embargo, hay momentos en los que los senderos falsos o los desastres naturales eligen inesperadamente un camino diferente para nosotros. A veces, un camino radicalmente diferente.
Esta publicación es acerca de un momento de mi vida en el que tuve que cambiar de dirección después de haber tenido repentinamente un ataque cardíaco, que fue el comienzo de la enfermedad cardíaca.
Me había mudado de Texas, a mi estado natal de Ohio, donde trabajaba para una pequeña empresa de tecnología y extendía el negocio a cuatro o cinco clientes. Mi trabajo implicaba escribir código, trabajar con organizaciones para comprender y lograr sus objetivos digitales, trabajando entre 60 y 70 horas a la semana.
Al mismo tiempo, intentaba volver a mi estado físico previo a la mudanza a Texas, para lo cual hacía ejercicio 5 días a la semana en la YMCA local.
A los 46 años de edad, levantaba pesas y me alimentaba sanamente como una manera de prepararme para mis próximos 50 años.
Todo iba muy bien. Estaba en camino de obtener un ascenso en mi compañía.
Como de costumbre, mi evaluación física anual mostró que tenía buena salud. Me estaba fortaleciendo y poniéndome más en forma como resultado de casi un año entero de concentrarme en el gimnasio. Las cosas estaban bien y sentí que tenía el control de mis resultados.
Me desperté una mañana con una sensación ligeramente incómoda en el brazo izquierdo y en el medio del pecho, pero pensé que era por el entrenamiento de la noche anterior, donde había trabajado duro con peso muerto y pesas Aun así, no podía quitarme la extraña sensación de que algo andaba mal.
Sentía que me faltaba algo que no podía señalar, quería ampliarlo con los dedos como si fuera una imagen de alta resolución en un celular en la que pudiera profundizar para determinar qué era lo que no podía ver.
La sensación nunca me se fue. No podía descifrar lo que estaba sucediendo, pero sabía que había algo incorrecto. Aún así, tenía que reunirme con un cliente en un par de horas, así que hice todo lo posible para eliminar la sensación.
Me hice un café, me duché, me vestí y continué con mi día.
Después de subirme al auto y salir a mi primera reunión del día, noté que estaba transpirando demasiado. Fue el último día de marzo que, si has pasado algún tiempo en el Medio Oeste, puede ser tan frío como el invierno.
En ese momento de mi día, no tenía calor ni estaba haciendo esfuerzo alguno.
Volví a tener esa sensación. Sabía que algo estaba muy mal en ese momento. Así que cambié de rumbo e ingresé en la sala de emergencias más cercana y, en poco tiempo, me encontré conectado a una máquina de ECG (electrocardiograma). Aunque mi presión arterial estaba alta, por primera vez en mi vida, mi ECG era totalmente normal.
Así que con eso, me encontré bajo observación durante las próximas 12 horas. Una de las herramientas de diagnóstico que usan los profesionales médicos para ver si tu corazón está bajo estrés es una prueba enzimática llamada prueba de troponina. La primera de tres estuvo totalmente bien.
La segunda no. En ese momento, todos menos yo sabían que algo estaba muy mal.
El médico me iba a enviar a una prueba de esfuerzo nuclear para buscar obstrucciones a la mañana siguiente, pero después de observar detenidamente mis arterias cardíacas, me envió directamente a lo que se llama un laboratorio de cateterismo para un procedimiento de stent.
Encontraron una obstrucción grave en la arteria descendente anterior izquierda también conocida como la sección ataques cardíacos
Después de la operación, llamé a mis padres, mi cónyuge y mi mejor amigo, quienes me estaban esperando mientras me llevaban a reunirme con todos.
Fue muy rápido y estaba en rehabilitación antes de que lo supiera.
En la semana siguiente, me di cuenta de que la parte hospitalaria de esta experiencia era la parte fácil. Lo que me sucedió después de esto fue algo sobre lo que las personas no escuchan lo suficiente:
Después de sufrir un ataque cardíaco, no es poco común sufrir de depresión y ansiedad graves. La British Heart Foundation (Fundación Británica del Corazón) afirma que el 15% de las personas que sobrevivieron a un ataque cardíaco se deprimen gravemente en las primeras semanas, mientras que otro 25% experimenta niveles más leves de síntomas depresivos o de ansiedad.
Nunca tuve que lidiar con ninguno de estos síntomas antes de mi evento; sin embargo, días después, descubrí que no podía dormir. Mi mente estaba acelerada, sentí que me habían dado una bomba luego de lo sucedido, y que me habían hecho llevarla en el bolsillo de mi camisa en todo momento, sin saber cuándo se activaría.
Estaba hablando con una tía mía cuyo esposo estaba luchando contra el cáncer a largo plazo y ella compartió una de sus habilidades para enfrentar problemas. Me dijo que me mire al espejo todas las mañanas antes de vestirme para el día; desnudo, cabello, barba caótica y ojos somnolientos.
“Decite a vos mismo: Tuve un ataque cardíaco”, dijo ella.
“¿Todos los días?”, pregunté.
“Sí, todos los días”.
Unos meses después, cuando las cosas se habían vuelto insoportables emocionalmente, contraté a un terapeuta. Me dijo que este era uno de los mejores consejos que podría haber recibido, ya que ayuda a posicionarse más rápido en “el camino del proceso de duelo hacia el objetivo de la aceptación”.
También me dio una técnica, a la que me resistí al principio porque era demasiado “sentimental” para mí. (No era lo suficientemente masculina, por así decirlo).
Sí, yo era “ese tipo”. Apagado. Podía resolver todos mis problemas por mi cuenta. No necesitaba a nadie. ¿Entiendes la idea?
El consejo del terapeuta era imaginar cada ataque de ansiedad como una persona que se preocupa por mí. Todo lo que tenía que hacer era asegurarle a esta persona que estaba bien, agradecerle por la preocupación y simplemente que volviera a ver cómo estaba más tarde.
Como descubrí más adelante, este fue un mecanismo para usar la ansiedad como una herramienta para permanecer alerta, pero no para permitirme arrastrarme hacia un espiral oscuro.
Llevó años de práctica, pero finalmente dejé de lamentarme y lo acepté.
A decir verdad, no hay un día que pase (han pasado alrededor de cinco años desde aquello), en el cual no piense en la bomba de tiempo que llevo dentro mío. Supongo que es por eso que comencé a correr en lugar de levantar pesas, como solía hacerlo. Correr me hizo dejar de pensar.
Un libro de meditación que leí lo comparó con algo llamado el “caballo del viento”. Creo que la idea pasó por nuestra mente siendo como un caballo salvaje, que, lleno de energía, simplemente se encorva y corre, y se encorva un poco más, sin pensarlo hasta que se agota con el esfuerzo. Después de eso, la mente se agota y el cuerpo toma el control para recuperarse y respirar.
Correr por los senderos cercanos a mi casa junto al río durante los primeros tres años después de mi ataque cardíaco fue así para mí. Con frecuencia, me ponía a llorar mientras hacía entrenamientos cada vez más largos.
A veces subía 32 kilómetros a medida que me hacía más fuerte y aumentaba mi condición física. Vi cómo cambiaban las estaciones. Corrí sin camisa a través de las cálidas tormentas de verano. Me encanta cómo se siente. Vi tantos amaneceres y atardeceres.
Terminé gastando cinco pares de tenis para correr (y cualquiera que corra sabe que eso es alrededor de 2400 kilómetros). Aun así, descubrí que, sin importar lo lejos que corriera, no podía escapar de mis compañeros constantes: la ansiedad y la depresión.
Todos mis controles cardíacos anuales han sido excelentes hasta ahora.
Tomé al pie de la letra los medicamentos que me recetó el cardiólogo, controlé mi presión arterial y mis niveles de colesterol ligeramente, mantuve mi dieta bajo control, mientras disfrutaba de algunas de las cosas habituales que me gusta comer y trabajé para reducir el estrés.
Para mí, todas estas son partes de algo más grande cuando se considera la salud como un conjunto de aspectos.
Decidí escalar Mount Hood en Portland, Oregón, con mi mejor amigo, hasta un pico llamado McNeil’s Point. Este fue un gran evento para mí.
Antes de emprender algo como esto, es mejor consultar primero con tu médico. Lo hice, y me dieron autorización como resultado. Lo que más me asustaba de esto era que significaba estar al lado de una montaña; sin señal telefónica, sin servicios de emergencia, sin ambulancia.
Solo mi amigo, la montaña y yo.
Pero lo gracioso es que dejé de preocuparme, tal como lo hice cuando corrí.
Sí, estábamos sin aliento por el cambio de altitud (eso y llegar a más de 29 kilómetros a pie ese día, mientras nos perdíamos). Pero ese momento de sentarse en la cima de la cordillera, junto a la estructura de piedra, escuchando el viento que soplaba sobre la ladera de la montaña, inició un camino de cinco años de regreso al aire libre para mí.
Hoy en día, salgo a hacer caminatas nocturnas en el campo aproximadamente dos veces al mes. He caminado por los Smokies, los Dolly Sods, 160 kilómetros durante seis días a través de las montañas Olympic, Big South Fork a Yahoo Falls, el área de Cumberland Falls y tantos otros lugares.
Estos viajes son una forma de obligarme a enfrentar la elección de vivir con miedo a la granada en el bolsillo de mi camisa o, en vez de eso, dejarla por un momento y respirar el aire fresco de la montaña, con un fuerte aroma a pinos.
Puedo sentir el sol en el pecho y simplemente me siento agradecido por una experiencia tan increíble, en lugar de encogerme en la oscuridad de mi propia mente.
Hoy estoy mucho más lejos en el camino de la enfermedad coronaria cardíaca y aún así no tengo forma de saber dónde se encuentran los próximos obstáculos. Sin embargo, siento que estoy mejor para la lucha. Si bien tenía problemas para compartir mis sentimientos con las personas antes de mi ataque cardíaco, ahora tengo un poco más de apertura y menos miedo de pedir ayuda cuando necesito apoyo emocional. No me reprimo tanto ni por tanto tiempo, como solía hacerlo en el pasado. Estoy de acuerdo con llorar cuando lo necesito, o reírme cuando tengo ganas. Tampoco me siento tan desesperanzado ni asustado. Creo que nadie debería tener que hacerlo.
Aunque el miedo es natural y en algunos casos útil, dejar que el miedo te domine, es una elección, al igual que abrazar la vida que tenemos y disfrutar cada minuto con aire en nuestros pulmones, es una elección.
Independientemente de nuestras capacidades físicas o de la progresión de nuestras condiciones, los recuerdos que creamos, los sentimientos de alegría y el amor que compartimos, todo tiene una forma de resonar a nuestro alrededor. Así como el viento resuena a través de las praderas y los pinos al aire libre.
Con la llegada de un nuevo año, tengo planes de seguir haciendo lo que más disfruto la mayoría de estos días. Un trabajo interesante, apoyar a las personas en mi vida, permitir que las personas entren en mi cabeza y corazón. Pasar todo el tiempo que pueda al aire libre explorando los campos, bosques y arroyos, y donde sea que me lleve la ruta, con una sonrisa en mi rostro y risa en mis labios.
Espero compartir más de estas historias en el futuro con cualquier persona que pueda beneficiarse de cualquier aspecto de mi experiencia.
Mientras aprendía a abrazar la vida con enfermedad cardíaca, tuve que controlar mi salud al compensar un nuevo conjunto de reglas con el cumplimiento, como propietario de un cuerpo que ha tenido un ataque cardíaco.
Para cerrar, siento que solo es apropiado compartir una de las frases que siempre me hace sonreír cuando las cosas se ponen difíciles en el campo.
Esto significa todo para mí. Es el simple acto de no enfocarse en sentirnos atrapados por nuestras condiciones, sino mirarlas como son realmente, una alteración del curso, no quiénes somos.
“¡Adelante!”